jueves, 29 de octubre de 2009

¿Hemos llegado al punto de reemplazar los designios de la Naturaleza?


La muerte siempre ha sido tanto para el hombre como para los demás seres vivos un hecho inesperado y parte del ciclo de la vida. Es parte de los designios de la naturaleza, cada ser de este mundo debe nacer y en su momento morir.

Las especies en este mundo tienen el objetivo de proteger la vida y hacerla proliferar. El humano no es la excepción a la regla, sin embargo, condicionado a ésta, la muerte, a diferencia de los otros seres vivos, tiene cierto poder de decisión sobre aspectos de su existencia.

Por esto mismo la medicina principalmente trata de combatir el factor tan indeseable de la muerte, dando favorables frutos a lo largo del tiempo para el desarrollo humano y mejorando las condiciones de vida para nuestra sociedad.

Ya estando en tiempos desarrollados, con el avance de la tecnología todavía hay enfermedades que dan dura batalla (ejemplo de cánceres y tumores), aún así se les combate logrando cada vez más “victorias”, por lo menos aunque sea dando aires de vida. Es aquí donde aparece la otra cara de la medicina, la que no da tregua; llegamos al punto en donde ya no hay nada más que hacer, o por lo menos en ese momento, cuando ya las enfermedades son terminales y al parecer no hay cura. Este es el momento en el que los pacientes no pueden aguantar más, y optan por, según algunos, una muerte digna, obviamente rindiéndose completamente a la posibilidad de seguir luchando y todo por lo que la medicina luchó se ve volcado y no queda más que acabar con la vida.

Es aquí donde empieza la controversia de qué hubiese pasado al seguir luchando, podría haber aprovechado el tiempo que acortó con esta “muerte digna”, podría haber dejado alguna clase de enseñanza, aún podía disfrutar de cosas esenciales de la vida, o quizás quien sabe; el remoto pero impredecible caso de presentar mejoría.

Todas estas son algunas de las interrogantes que la eutanasia no nos deja aclarar.

Somos racionales dicen, podemos resolver, determinar, sentenciar y hasta decretar cosas que quizás no corresponden necesariamente a los designios propiamente naturales: Increíblemente podemos fallar el final de la vida de las personas.

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